Reina Roja Jack Escarcha El intercambio Lucía en la noche El Paciente Casi, casi No es mío El jardín del gigante

Construyendo hoyuelos ...

Nadie es perfecto

No neguemos la evidencia, nadie es perfecto…  Pero si esa persona es capaz de sacar una sonrisa verdadera de tus labios no lo pienses más, merece la pena.

Mi rumbo eres tú


El despertar de Alice había cambiado, sus horas de estudio se dispersaban y se encontraba desganada. Habían pasado unos sesenta días desde que Tom se marchó, pero para ambos parecían años que trascurrían sin poder transmitirse físicamente lo que sentía el uno por el otro. Intentaron por todos los medios hacer coincidir sus vacaciones pero era casi imposible. Cuando ella había comenzado la tarde, él ya estaba destapando la cama para irse a dormir después de un día de papeleo y movimientos continuos de un negocio a otro. Era un magnate para los convenios con otras sociedades, su practicidad hacía que se sintiera útil en el mundo publicitario y su perspicacia provocaba que los contratos con otras compañías durasen incluso años. Se podría decir que gracias a él todo iba sobre ruedas y viento en popa. Sin embargo, ella era todo lo contrario. El hecho de que trabajase rodeada de calorías la hacía más dulce. Su timidez, a pesar de estar trabajando de cara al público, era imposible de borrarla cuando iba caminando entre la muchedumbre que rodeaba las sillas y mesas del local. Aun así, brillaba con luz propia. Él podía encontrarla entre la multitud en plena Manhattan porque era imposible no perderse en aquellos ojos marrones y en esa sonrisa de terciopelo. Se complementaban de maravilla porque el uno para el otro era lo que hace años iban buscando.

La antigua magia de Lisa Kleypas.


Inclinándose sobre ella, Gideon se acomodó entre el montón de tela de su falda. Él desabrochó los primeros botones del corpiño y bajo la parte superior de su enagua hasta dejar al descubierto las suaves curvas de sus pechos. Ella deseó besarlo en ese momento. Deseaba su boca sobre la de ella, su lengua ... el sólo pensarlo atrajo un gemido de su garganta.
Respirando agitadamente, Gideon acomodó su cuerpo más sobre ella, alcanzando algo por detrás de su cabeza. Ella sintió el ruido del hielo, y por un momento se preguntó si él iba a tomar un trago justo en este momento. Pero sólo agarró un fragmento de hielo de la copa y se lo introdujo en la boca, y luego, para el asombro de ella, el acercó su cabeza sobre ella. Él doblegó la punta de su pecho con un beso helado, su lengua pasando sobre su pezón con ágiles y heladas caricias. Livia se contoneó debajo de él con un grito de asombro, pero Gideon la sostuvo y persistió, hasta que el hielo se disolvió en su boca caliente.
La fuerte presión de su excitación presionaba contra la parte interior del muslo de ella, mientras que cada caricia de la boca de él tensaba un resorte de placer en las entrañas de Livia.
Deslizando sus manos en el suave y mojado cabello dorado de él, mantuvo su cabeza contra ella, mientras que sus caderas se movían hacia arriba.
Pero Gideon la soltó de repente, separándose de ella con un gemido.

Los errores son los que nos mantienen vivo.

En esta vida lo que cuentan son los errores.

Nos movemos por inercia, pensamos que todo lo que hacemos es lo correcto; pero, existe un 50% de probabilidades de que lo que hagas sea lo mejor para ti o lo peor para los demás. Hace poco me he dado cuenta que las veces que lloramos no se corresponden con los momentos de felicidad. Que por mucho que sonrías nunca llegarás a ser plenamente feliz y que las personas que tienes a tu lado no siempre lo van a estar.

También debemos percatarnos de que no siempre nuestra melancolía gira entorno a nuestra cabeza, sino que  se distribuye formando un círculo vicioso en el que las personas importantes te defenderían a capa y espada; sin embargo, nunca es suficiente.

Damos cien millones de pasos en falso a pesar de que sólo hemos andando noventa millones. Es decir, nos equivocamos más veces de la que nosotros nos imaginamos pero ... ¿a quien le importa? A los afectados. Porque esos son los únicos que importan en ese momento. Los heridos en guerra son al final los que salen mal parados y los que salen ilesos son sólo un pequeño recuerdo de lo que han vivido durante la batalla.

No obstante, esos pequeños recuerdos sólo pasarán a nuestra memoria victoriosos de una caminata que a pesar de tornarse dura ha sido conseguida; pero si abandonamos la guerra, sólo nos quedará la desesperación, el pensamiento de imaginarnos en esa lucha continua y de lo que podría haberse ganado si nos hubiéramos huido como cobardes.

No boundaries

Estar volando por el cielo. Creer que tienes el mundo en tus manos y de repente darte cuenta de que lo que tienes entre ellas es un trozo de olvido.

Tal vez, la inocencia de pensar que podías tener algo que se tornaba oculto e imposible te dio las suficientes fuerzas para luchar por ello; pero, lo vas perdiendo por momentos.

Ha sido como volar por el cielo sin alas, como caminar sin zapatos, como obtener un premio y que te lo arrebaten.

Ha sido un impacto en el suelo del que costará levantarse.
Ha sido como quitarle una piruleta a un niño y el corazón a un adulto.

This is me.


Quizá, o mejor dicho, no soy una persona perfecta.

Quizá, o mejor dicho seguramente, tengo mis defectos. Pero éstos predominan más que las virtudes. No puedo trabajar sobre algo que ya hago bien y lo que hago mal lo empeoro por momentos.

Esconderme siempre es algo que he deseado hacer; sin embargo, también es un acto que nunca he llegado a conseguir por mucho que me lo he impartido.

Aunque siempre he querido luchar, ha habido ocasiones en las que me he quedado sin espadas y esperanzas. A veces no he encontrado las armas suficientes para luchar por lo que quiero y lo que no quiero entra en mi vida porque no tengo una dura fortaleza que las rehúya.

Siempre he tenido claro lo que he querido y paulatinamente lo he ido consiguiendo en la trayectoria de mi vida. Aun así, me he estancado y no hay mayor marcha que el desahogo en trozos de papel pintado de ilusiones.

Pero así soy una perfecta imperfecta.

Amor y desamor.


"El amor puede haber aportado una miríada de emociones positivas al que ha amado y que es capaz de seguir su camino abierto al amor, sin resentimiento. Para quien puede aceptar la finalización del amor sin amargura la experiencia puede suponer autoconocimiento, mayor lucidez, la vivencia de emociones intensas, la conexión con otra persona y lo que el poeta libanés Jalil Gibran, en El Profeta, describe como una transformación personal:

Cuando el amor os llame seguidlo,
aunque sus modos sean duros y escarpados.
Y cuando sus alas os envuelvan, dobleagos a él,
aunque la espada oculta entre sus plumas pueda heriros.


Y cuando os hable, creed en él,
aunque su voz pueda desbaratar vuestros sueños,
como el viento del norte convierte el jardín en hojarasca.


Porque así como el amor os corona, os crucifica.
Así como os hace crecer, también os poda.
Así como se eleva hasta vuestras copas y acaricia
vuestras más frágiles ramas que tiemblan al sol 
también penetrará hasta nuestras raices y las sacudirá de su arraigo a la tierra.


Como espigas de trigo, os cosecha.
Os apalea para desnudaros.
Os trilla para libraros de vuestra paja.
Os muele hasta dejaros blancos.
Os amasa hasta que seáis ágiles,
y luego os entrega a su juego sagrado, y os transforma
en pan sagrado para el festín de Dios.
Todas estas cosas hará el amor con vosotros
para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón
y con este conocimiento os convirtáis en un fragmento del corazón de la Vida.


Pero si vuestro temor os hace buscar sólo la paz y las mieles del amor,
entonces más vale que cubráis vuestra desnudez
y os apartéis de la senda del amor,
para que entréis en el mundo sin estaciones, 
donde reiréis, pero no todas vuestras risas,
y llorarías, pero no todas vuestras lágrimas.


El amor sólo da de sí y no recibe sino de sí mismo.
El amor no posee y no quiere ser poseído.
Porque al amor le basta con el amor.

[...]"

- Brújula para navegantes emocionales; Elsa Punset.

El aprendizaje del amor y del sexo.

Fui a Londres a despedirlo, porque él se marchaba un año a trabajar en un campamento de refugiados en Sudán. Se suponía que se trataba de una separación temporal, pero cuando le dije adiós en el taxi me retuvo y dijo "Bésame otra vez. Es nuestro último beso." No le creí. Esperé durante meses una carta suya, primero con sello de El Cairo, donde tenía que hacer escala durante unas semanas; y más tarde desde Sudán. Pasaron los años, hasta cinco incrédulos años esperando noticias suyas, que nunca llegaron. No quise aceptar la realidad, ni pude aprender nada de aquella situación, tan sólo padecía el dolor, vertiginoso, implacable. A veces me parecía que un perro rabioso me destrozaba el corazón a dentelladas. Recordaba su voz cuando me decía que quería. De aquella situación sólo derivé un dolor yermo que me iba secando el corazón. Temía volver a amar.

Pasaron quince años. En el transcurso de ese tiempo me casé y tuve tres hijos. Un día me enfrenté a la crisis que había en mi matrimonio. Cuando la crisis parecía irresoluble y el amor un espejismo, tuve un sueño. Soñé que me volvía a enamorar. En el sueño sentí el mismo miedo irracional, incontrolable, a sufrir.

Las imágenes que desfilaban en mi sueño corrían veloces hacia el dolor y el fracaso que había vivido hacía quince años. Entonces el sueño se detuvo de repente. A cámara lenta, muy despacio, tuve la oportunidad de revivir ese amor imaginario desde la serenidad y la experiencia. El sueño me decía de una manera clara "Hazlo de forma distinta o volverás a sufrir inútilmente". Y desperté.

Pocas horas después, de forma inesperada, conocí a un hombre del que me enamoré. Pero esta vez frené la incipiente invasión de miedo y de dolor. Intenté aprender a amar. A lo largo de este proceso, he comprendido que, como cualquier otra capacidad humana, el amor es un instinto que todos poseemos pero para el que no estamos todos igualmente dotados. Algunos aman con naturalidad, sin demasiado esfuerzo ni dolor. Pero casi todos podemos aprender a amar mejor. Como todos los aprendizajes, el amor exige esfuerzo, disciplina y ciertos conocimientos. El camino de transformación a través del amor es doblemente complicado, porque requiere superar instintos básicos que surgen de forma natural con el sentimiento del amor, entre ellos la impulsividad y el deseo de amar libremente, sin coartadas, porque asumimos que las emociones "son lo que son" y que no hace falta trabajar en ellas. (Silvia, 42 años).

Brújula para navegantes emocionales; Elsa Punset.

Cabellos en el viento.


Hablar de temas triviales con la pared y esperar que te responda ... Qué triste.

Deseo que pase este mes. Quiero volver a las calles de mi pueblo, ver esa plaza, esas calles de las que algunas no me sé ni el nombre a pesar de lo pequeño que sea, mirar a los niños que para mi son unos desconocidos o encontrarme cara a cara con personas que conozco sólo de vista y pensar "como ha cambiado, no pasan los años por esta persona, no recuerdo haberla visto con ese corte de pelo ..."

Salir al patio y sentada en un pollete, como si fuera una niña pequeña, sentir la brisa del viento chocar contra mi pelo. Cerrar los ojos en la noche, a pesar de que con ellos abiertos no vea nada porque soy un gato negro entre oscuras siluetas, mientras escuche sonidos ocultos y extraños.

Añoro y echo de menos el despertarme mirando a la ventana, el abrir la puerta con cuidado de no hacer sonidos ruidosos que escucharía hasta el vecino de la calle más lejana, el oler constantemente a aire puro ... Echo tanto de menos el poder hablar con alguien conocido que despierto con la continua curiosidad de saber que me encontraré detrás de una puerta que para mi sigue siendo durante diez meses un extraño rincón.

Gran Jorge Bucay

Equiparar la felicidad con el placer.


Al pedirle, por ejemplo, que imagine una escena con gente feliz, la mayoría evoca de inmediato la imagen de personas riendo, jugando o bebiendo en una fiesta. Pocos imaginan a una pareja criando un hijo, a un matrimonio que cumple cincuenta años de casados, a alguien que lee un libro o a personas haciendo cosas trascendentes.

El jinete sin armadura.

Cogí un libro titulado La puerta de atrás. Trataba sobre una chica de corta edad, creo recordar que unos dieciséis o quizás diecisiete años, que a causa de los traslados del trabajo de su padre siempre encontraba en los alrededores alguna casa abandonada a la que parecía que llamasen unas fuerzas sobrenaturales. Kelly había leído muchos libros sobre magia oscura, espiritismos y mucha clase de libros de hechicería barata. No paraba de arrinconarse en casas que se caían a trozos o de podar malas hierbas de éstas buscando algún cementerio externo en un jardín repoblado de verde o una puerta oxidada que llevase a otro lugar maldito. La verdad es que el libro no me estaba haciendo demasiada gracia pero lo cierto era que no podía dejar de leerlo. Para mi parecer la protagonista estaba un poco tocada de la cabeza pero sin duda su actitud no se alejaba mucho a la mía; fisgona pero a la vez miedica. Intenté leer aunque fueran unos capítulos pero me fue imposible debido al tecleo de mi compañera que solo cesaba cuando se desperezaba y emitía algo parecido a un sonido contagioso que pronto adoptaría yo.


Solté el libro de mala gana de donde lo había cogido anteriormente, di las buenas noches lo mejor que pude y apagué mi lamparita de lava tomando una posición fetal y abrazándome a la almohada. Esa era mi típica posición para coger el sueño. Lo que me pregunto siempre es como al día siguiente amanezco de una forma totalmente diferente a la que yo pensaba que iba a despertarme.


***

No había pasado mucho tiempo desde que Gina entró a la Residencia. Si acaso unos diez minutos andando. Los suficientes para haber llegado a casa a paso ligero, pero no era mi intención alejarme mucho de allí por si la escuchaba gritar pidiéndome auxilio.

Estaba seguro que esa chica me había atravesado demasiado hondo como para olvidarme de ella. No comprendía mi actitud. Ninguna chica se me había resistido, pero ahora era diferente. Gina era dulce, tranquila, simpática, callada, no hacía preguntas sin sentido pero tampoco es que hayamos hablado demasiado. De todos modos tampoco me gustan mucho las personas que no callan. Gina sin duda era especial. Una chica digna de un caballero de armadura, pero dicho sea de paso yo no era exactamente un jinete con un corcel de crines blancas y brillantes. Tampoco me importaría serlo pero mi vida giraba entorno al skate, a los graffitis y a las piruetas. Mi cabeza iba maqueando de que forma podía conseguir entablar una conversación medianamente buena con ella; fue inútil. No teníamos nada en común. Yo era un travieso callejero y ella una ciudadana ejemplar. Yo iba ensuciando y ella limpiando las calles. Sin duda lo que más me cautivó de ella fue su mirada. Esa mirada intimidante que causaba sensaciones dentro de cualquier persona. No sé si lo hace a conciencia, pero si es así lo hace extraordinariamente.

Saqué mis llaves del bolsillo trasero del pantalón vaquero y abrí cuidadosamente la puerta de la calle sin apenas emitir ruido. Subí a mi habitación sigilosamente. Mi madre estaba harta de amenazarme con que limpiase mi cuarto; no obstante nunca le hacía caso, la veía incapaz de tirar todo lo que me había dicho. De hecho podría hacer una lista de las veces que me ha advertido. Aunque sé de primera mano que no es capaz.

Lo cierto era que mi estancia era una leonera, pero no podía evitar tenerlo todo desordenado para sacar de quicio a mi madre. Sin embargo mi padre era más calmado. Él iba a lo suyo, a su trabajo y sus quehaceres. Yo no le molestaba a él y viceversa. Mi madre, al contrario que mi padre, se llevaba diariamente gritando así que creo que mi carácter lo he heredado de mi progenitor sosegado. Celine, que es como se hace llamar mi superiora; es decir mi madre, se pasaba el día gritando; pero no porque estuviera loca, sino porque le gusta demasiado mandar, he ahí el nuevo nombre de ella, que dicho sea de paso desconocía por completo. ¡Como para decírselo!. Me cogería de la oreja y me llevaría arrastrando hasta la cocina hasta que se la dejase reluciente con "r", expresión que utilizaba alguna que otra vez para definirle al hijo tan pulcro que había dado a luz, a lo que ella añadía "me da igual si es con "r" o con "l" lo que quiero es que sea con escoba, recogedor y a ser posible con fregona". Como podéis comprobar es una maniática de la limpieza.

A mi padre, al cual he mencionado anteriormente como un hombre pacífico no sé que demonios se le estaría pasando por la cabeza cuando pidió a mi madre en matrimonio. Supongo que estaría un poco ebrio, o quizás bastante. Con él todo era diferente. Las mañanas en las que Richard, mi querido padre, descansaba nos la pasábamos viendo fútbol americano, incluso alguna que otra vez habíamos viajado hasta américa para ver en vivo y en directo un partido de esos, ¡que tiempos!. Ya era distinto. Yo trabajaba en Vehículo sobre ruedas, y él apenas tenía tiempo para quedarse a comer. Alguna que otra vez cuando me he recogido a una hora técnicamente correcta le he visto ver en el salón a oscuras las noticias mientras se tomaba una copa de Whisky. Pero como de mis horas correctas hace tiempo que no hablo mejor centrémonos en mis incorrecto horario.

Todo empezó cuando tenía dieciséis años. Me recogí un invierno de madrugada a -1ºC, cosa que ni me importó, como una cuba. No era capaz ni de introducir la llave en su correspondiente cerradura, e incluso creo haberme confundido de puerta, haber llamado al timbre erróneo y salir disparado a la vez que mi oído escuchaba unas palabras mal sonantes escupidas de la misma persona que me arrojó al vacío. Cuando al fin conseguí entrar todo fueron gritos por parte de mi madre y serenidad por parte de mi padre. Recuerdo como fue la conversación:

-Celine por dios, deja al chico, ¿no ves que ha llegado entero? - decía mi padre mientras agarraba a mi madre de las manos para que una no fuera a parar a mi cara congelada.

-¡Richard por tu culpa tu hijo se está volviendo un maleducado! - gritaba mi madre.

-Yo me abro chicos - expuse como solución al problema.

-Tú te quedas aquí jovencito. Si tienes valor te mueves un centímetro de aquí.

-Celi es temprano, los vecinos duermen y tú estás gritando como una posesa. Quiero dormir. Me tengo que levantar a las ocho de la mañana y con tus aullidos no puede coger el sueño nadie. Hazme el favor, vayámonos todos a la cama, mañana nos levantamos más refrescados y hablamos esto con calma. ¿De acuerdo? - calmaba mi padre mientras entrecerraba los ojos de una manera continua e inquietante, tanto que parecía que fuera a caerse redondo al suelo.

-Está bien, de acuerdo. Pero que sepas Jacques que me has tenido toda la noche en vela esperando una llamada tuya, por poco se me sale el corazón del pecho pensando en lo que te habría podido pasar. Hijo, Paris no es un lugar en el que te puedas mover libremente. Las calles por la noche se vuelven tenebrosas y pueden ocurrir muchas desgracias. No quiero imaginarme si te ocurre algo. No podría perdonármelo en la vida - manifestaba mi madre mientras se le saltaban las lágrimas de la preocupación.

-Lo siento - conseguí decir. No era consciente en ese momento de la preocupación de mis padres. Sólo quería subir a mi cuarto y sin cambiarme de ropa tirarme en la cama a dormir todo lo que pudiera.

También me acuerdo que nada más llegar a mi habitación y cerrar la puerta tropecé y me dí con el colchón en toda la cara. No me importó demasiado así que con esfuerzo me fui arrastrando como pude hacia la almohada que estaba en la otra punta del catre esperando mi derrota.

El toque de queda.

Caminaba a paso lento, después de haber llamado al porterillo para que me abrieran la puerta, por el jardín que se encontraba a la entrada de la Residencia. A mi espalda notaba como la mirada de alguien se clavaba en mi, pero no hice ningun caso. Sabía perfectamente de quien se trataba y mirar hacia atrás sería ponerme los dientes largos.


Me adentré en la Residencia viendo a la secretaria aun en recepción, seguramente fueran cosas de papeleos. Tampoco es que me importase mucho y no tenía pensado preguntarle, así que seguí andando hacia mi destino.


-Por si no lo sabe señorita Jonhson la Residencia tiene un toque de queda a las doce de la noche se cierran las puertas para todo el mundo. Se lo he dejado pasar porque es el primer día y aun no ha salido ningún comunicado, de hecho estoy trabajando en él. Así que haga el favor de que no se vuelva a repetir esta tardanza o tendré que comunicárselo a la dirección - dijo parándome en seco al escuchar mi apellido y sin ningún tipo de reparo.


-De acuerdo, no será necesario.


¿Pero cómo va a comunicarle nada a la dirección si ya soy mayor de edad y entro y salgo lo que me da la realísima gana?. No quería discutir, por lo que le dí las buenas noches lo educadamente que pude en el momento y me marché.


Llevaba la llave de la puerta, la tarjeta, en la cartera que se encontraba en el pequeño bolso que llevaba colgando de mi hombro derecho. No me gustaba llevar siempre bolso, sólo en ocasiones especiales y ese momento lo requería. Pretendía hacer el menor ruido posible al entrar después de que se abriera la puerta para no molestar a mi compañera de habitación, la cuál no me caía demasiado bien pero tampoco iba a hacerle la vida imposible si ella no me la hacía a mi, por supuesto. Para mi sorpresa estaba aún despierta. Lo que más raro me resultó fue no ver a Janet por ahí rondando o como digo yo "haciendo amigos".


-Hola - saludé sin ningún tipo de reparo.


-Buenas noches, Jonhson - dijo sin ni siquiera mirarme a la cara. Estaba muy metida en aquello que estuviera haciendo en su Netbook.


Parece ser que por Francia las personas se dirigen hacia otras por sus apellidos pero con Jacques yo no podía, de hecho ni con Jacques ni con nadie. No estaba acostumbrada pero si era así no me quedaba más remedio. Fui al armario que me correspondía y en el que la misma tarde de este mismo día guardé la ropa que se encontraba en mi correspondiente maleta. No hacía frío pero tampoco demasiada calor así que opté por unos pantalones que llegasen a la rodilla y una camiseta de mangas cortas, de todos modos si llegase a tener frío siempre tenía la posibilidad de taparme pero si me entraba calor iba a ser más difícil quedarse en paños menores con alguien a tu lado que conoces de cinco minutos. Entré en el baño, donde se encontraban todas mis pertenencias como mi cepillo de dientes, zapatillas, peine, etc. Sin embargo, mi espacio no era nada comparado con el de Edelmira; ya que había utilizado casi en su totalidad los cajones del mueble que estaban situados debajo del lavabo. A mi me daba absolutamente igual yo con tener un pequeño espacio para mis cosas me bastaba y me sobraba. Mi madre solía decirme que yo podría vivir perfectamente en treinta metros cuadrados a lo que mi padre añadía que quizá en menos de eso. Yo no estaba de acuerdo, bueno en parte sí. Siempre lo he tenido todo recogido, o casi siempre. Ese casi es porque alguna vez que otra iba a llegar tarde a alguna cita y dejaba todo patas arriba pero llegase a la hora que llegase o estuviera en el estado que estuviera tenía que recogerlo antes de tirarme redonda en la cama. Soy así de especial.


No había cenado, pero tampoco tenía ganas de ello. De todos modos me extrañaría que a las doce y pico de la madrugada hubiera en la cocina algo para comer o mejor dicho alguien. Llevaba un día en Paris y todavía me costaba adaptarme a algunas costumbres como el horario o la utilización de los apellidos a los nombres de pila. Me cepillé el pelo, de hecho recuerdo que desde los quince años todas las noches lo hacía se convirtió en mi como una costumbre, me lavé los dientes y cambié mis deportivas por mis zapatillas de estar por casa. Salí de nuevo con la ropa en mis manos doblada para guardarla de nuevo en el armario donde saqué la que ahora llevaba puesta. Encendí mi lámpara de lava morada. Las camas estaban puestas de forma en que la de mi compañera y la mía estuvieran en paralelo y pegadas a la pared encontrandose así juntas las pequeñas mesitas que había a cada lado, en mi caso al derecho y en el suyo al izquierdo.

Caminar sin rumbo fijo.

Jacques me volvió a agarrar de la mano y yo seguí sin ponerle impedimentos hasta que escuché unos silbidos de fondo, propio de sus amigos, que me alertaron de que ese gesto por allí no estaba muy bien visto entre amigos sino entre algo más que eso. Instantáneamente mi mano se deshizo de la suya y la metí de lleno en los bolsillos del vaquero antes de que pudiera volver a arrebatármela.


Se quedó mirándome con cara de impresionado pero yo no le hice ningún caso. Iba pensando en mis cosas, en como sería vivir en Paris, en como me irían las cosas cambiando de aires.


-¿Dónde quieres ir ahora?. - preguntó Jacques haciéndome olvidar mis pensamientos que se volverían matutinos hasta que no llevase allí un par de semanas.


-No conozco esto así que tú me dirás a donde me llevas.


-Pues si te digo la verdad tengo poca idea de a donde poder ir pero si te apetece un lugar relajante, - parecía que me conocía de hace demasiado tiempo porque mi primer apellido es tranquilidad - podemos ir a un parque cercano en el que hay un lago y en el que suelen pasar pocas personas a estas horas de la tarde.


-Me parece una buena idea. - contesté sonriendo.


Sin más dilaciones le seguí sin separarme de su lado y sin sacar las manos del bolsillo, por supuesto. Llegamos en menos de media hora a un lugar en el que se respiraba sosiego y en el que el aire revoloteaba la melena suelta. Nos sentamos cerca de aquel lago que se movía de un lado a otro formando pequeñas olas en él. El viento se respiraba puro y fresco. El danzar de las hojas en los árboles emitían una hermosa melodía relajante. La hierba estaba uniforme y los pájaros pasaban por encima de nuestras cabezas a cada segundo con la emisión del piar saliendo de sus picos.


Me tumbé en el césped. Puse las manos a los lados juntandolas a mis caderas y me quedé con los ojos cerrados ahí mientras escuchaba en silencio los diferentes sonidos que había a nuestro alrededor. Jacques estaba sentado en la verde hierba apoyando los brazos encima de sus rodillas y con el mentón apoyado encima de sus brazos. Se veía tan dulce que la rebeldía de su pelo me parecía una desventura.


Se iba haciendo tarde. La tarde iba declinándose y nosotros aún seguíamos allí. Como bien dijo pasaban pocas personas por aquel lugar a pesar de su esplendor. Él se levantó y eso provocó en mi una sensación de despertar y de levantarme sin pensármelo dos veces. Nos fuimos alejando sin cruzar palabra. En toda la tarde no nos dirigimos más que un "¿qué hora es?" y una respuesta a esa pregunta. Era triste. Sí, muy pero que muy triste.


El no tener temas de conversación me daba mal augurio. Intentaba por todos los medios dirigirle la palabra y poder entablar un diálogo más o menos llevadero. Pero no se me ocurría nada. Los deportes no eran lo mío y a él le gustaba el skate. Paris era nuevo para mi, por lo que tampoco podía llevar a cabo esa pregunta que se hace normalmente en casos extremos de "¿has ido a ...?" y si negase esa pregunta entonces empezaría a hablar, explicarle y describirle el lugar, pero como no era así no me quedaba más remedio que callarme y seguir adelante. Aunque a él tampoco se le veía demasiado entusiasmado con la idea de mantener una conversación veía en sus ojos la necesidad de mirar y en su boca la de hablar a pesar de decir cualquier estupidez.


Estábamos casi llegando. Nos faltaban dos calles para llegar a la residencia pero yo no quería llegar sin antes haber hablado con él.


-Bueno ¿y que habitación te ha tocado a ti?. - por fin pensé en alguna absurda pregunta para que desconectase de sus pensamientos y se fijase en mí al menos por unos instantes.


-¿Habitación?. ¡Ah!, hablas de la residencia. Yo no estoy en la residencia, yo vivo por aquí.


-¡Ah!, vaya. - una pena. Pero, ¿qué hacía conmigo dirigiéndose hacia allí si él no tenía una habitación en la residencia?. - Entonces, ¿qué haces aún por aquí?.


-Quiero acompañarte Gina. De todos modos siempre puedo marcharme. Sólo tienes que pedírmelo y me iré.


-No. Bueno a ver no quiero que te marches tarde a tu casa por acompañarme.


-Yo conozco esto y créeme que sería el último sitio donde dejaría a una chica caminar a solas. Bryan Cooper debe andar cerca de aquí con eso te lo digo todo.


-Ja, ja, ja. Pobre, si en el fondo no es malo.


-No, no lo es. Es peor que todo eso. Ya te iré contando, pero poco a poco.


-De acuerdo.


Seguimos hablando. Nos soltamos y la conversación empezaba a ser graciosa. Nos dirigimos hacia un banco que había enfrente de la Universidad y seguimos entablando una conversación conjunta en la que él y yo reíamos sin parar.


-Bueno Gina no te entretengo más. Ve ya a cenar y a dormir. Mañana será un día duro. Para ti el segundo pero para mi es ya el quinto.


-Vale. Mañana nos vemos Brown. - ¿Brown?, soy estúpida. Para que tendrá un nombre si no lo utilizo. - Perdona, Jacques.


-No te preocupes, no está mal visto llamar a las personas por sus apellidos Jonhson.


-Hasta mañana Jacques.


-Hasta mañana Gina.


Nos acercamos sin malas intenciones y nos dimos ambos un beso a cada lado de la mejilla.

Un skater de muerte.

Fui con Jacques a dar una vuelta cerca de donde se encontraba la Facultad. Había una tienda que tenía pintadas las paredes de graffitis, muy peculiares, y me agarró de la mano para que corriésemos hacia ella a la velocidad del rayo porque el semáforo empezaba a ponerse en rojo para los peatones y en verde para los vehículos así que dudaba si ellos, los conductores, iban a ser capaces de esperar unos segundos cuando hace apenas unas milésimas estaban calentando el motor para salir disparados del semáforo que les privaba de libertad en cuanto a correr al volante se trataba.


-¡Ey!, que pasa colegas. - saludó a unos chicos que se encontraban rodeados de skates, cascos, rodilleras, coderas, etcétera. 


-¡Qué pasa Jacques!. ¿Vienes a hacer horas extras?. - preguntó uno que se levantó de inmediato del banco donde estaba sentado y vino a saludarle chocando los cinco dedos y haciendo unos movimientos muy raros que me imaginaba que eran sus marcas de identidad.


-No, aquí vengo con mi amiga Gina a enseñarle como nos movemos por Paris. Gina este es Jota. - señaló al chico, que tenía unas barbas muy morenas y que me miraba con ojos saltones.


-Encantado Gina. Si queréis podemos dejaros unos skates y os váis a daros una vuelta por la manzana para que se vaya habituando al modo en el que solemos conducir los skaters.


-No gracias. A mi esa tabla con cuatro ruedas no me gusta nada.


-¿Lo habéis escuchado amigos?,  - dijo asombrado a los demás chicos que se encontraban en el local y que se quedaron igual, o más impresionados, que él.


-Vaya Jack, una niña pija a la que no le gustan las ruedas.


-Ya basta chicos. Ella puede ir como quiera. Saltando, haciendo futting ... ¡como si quiere ir volando!. - terminó por decir él y hizo que los demás se riesen a costa de su broma que me sacó del apuro.


-Era broma Gina, no te mosquees con nosotros que en el fondo somos buena gente. - repuso dándome unas palmaditas en el hombro, algo que suelo odiar pero que me lo tomé como un gesto de bienvenida.


-No te preocupes. Suelo ir andando a todos sitios a menos que estén lejos.


-¿Y cuando están lejos como vas?. - se interesó un chico de pelo corto y flequillo lateral que llevaba ropas anchas.


-Si voy bien de hora como ya digo caminando, sino cojo un autobús.


-Pues eso se acabó muñeca, - dijo Jota dándome un codazo. Empezaban ya a ser molestos sus gestos de skater alocado - de ahora en adelante irás o en bicicleta o en skater porque Jacks te enseñará a moverte por la ciudad.


-Jota no seas pesado, eso lo decidirá ella cuando lo crea oportuno.


-Bueno Jacks deja tu rico lenguaje hablado y no me seas finolis.


-Vete al Pairo Jota. - en ese momento su dedo corazón se alzó al vuelo. Ese gesto me gustaba menos que los de J, pero sin embargo me pareció adecuado a sus maneras.


-¡Venga ya Jacks!. No seas borde. - respondió J seguido de un guiño amistoso y jocoso.


-Bueno chicos nos vemos. - dijo al momento Jacques con un gesto propio de militares, es decir poniendo su mano extendida entre su coronilla y la frente y una sacudida de mano paralela.


-Vale, pero no te olvides que mañana te toca turno. - intervino otro chico que apareció de detrás de una puerta y que movió la mano de un lado a otro saludándonos. Se vería que no tenía mucho tiempo para saludar y presentarse.


-Descuida que no se me pasará por alto. - contestó Jacques a la vez que le guiñó el ojo.


Salimos por fin de aquel antro lleno de graffities, tablas de skate, cascos, rodilleras, coderas y alguna que otra máquina expendedora llena de botellas que te llenaban de energía para seguir patinando a cuatro ruedas. Por lo que suponía Jacques trabajaba allí pero no lo entendía muy bien ya que creo que tiene unas cualidades especiales para trabajar en otro tipo de lugares que en aquel sitio. De todos modos si eso le gustaba y nadie le prohibía hacerlo ¿por qué no iba a trabajar ahí?.

Brioches, dulces brioches.

Paseaba sin tener un lugar de referencia. Como quien dice caminar sin rumbo. Eso estaba haciendo yo. Sólo encontraba personas que seguramente no hablarían mi mismo idioma pero que veía en sus caras la necesidad de saludar a otras personas, por eso más de una vez escuché "bonjour" y me quedé igual que al principio. Sólo podía corresponderles con una amplia sonrisa. Sabían que era extranjera y no me extrañaría que por ello me dieran los buenos días, holas o todo lo que se les pasase por la cabeza. Pasé por una amplia tienda de flores que olía a gloria y esperanza. Había un poco de todo: tulipanes, rosas, calas, margaritas, claveles ... Y una gran infinidad de éstas y de las que dudaba si conocía su nombre.


Había una calle que me llamó mucho la atención. Digamos que era la calle de los negocios. Había una cantidad incontable de cafeterías, restaurantes, tiendas en las que lo mismo te vendían gominolas que te vendía una revista del corazón, pero no fue eso lo que me llamó la atención sino la unificación de todos esos comercios totalmente uno al lado del otro y casi matándose por la competencia. Después pasé por un parque en el que me quedé varios minutos, estaba demasiado verde y muy bien cuidado. Había un espacio para los pequeños en el que se encontraban un tobogán, unos columpios y un unas figuras con muelles para que se balanceasen. Saqué de mi bolso mi cámara de fotos y comencé a hacerle instantáneas a todo aquello que era merecedor de un click fotográfico. Veía correr a los niños de un sitio a otro y sacar su euforia interior que se estaba contagiando en mi músculo palpitante. Me encantaba ver sonreír a los niños. Tan pequeños, tan dulces y sin preocupaciones. Me llamó la atención una niña de pelo rizado color cobre que saltaba de un sitio a otro, cantaba o al menos lo intentaba aunque más bien era el tararear de una canción que ni siquiera me sonaba y cogía flores por doquier para crear un ramo o eso parecía por la cantidad que llevaba en la mano opuesta.


Me senté en un banco y crucé las piernas. Miré un rato a aquellos pequeños que transmitían tanta alegría que contagiarían al más desdichado del mundo. Sus sonrisas con aquellos pequeños dientes blancos, sus hoyuelos que se formaban al entonar una media luna y sus ojos despistados pero atentos a todo aquello que se movía a su alrededor.


No me quedé mucho tiempo allí. Sólo unos cinco minutos más para evadirme de todo problema que rondase mi cabeza. Quería ser una niña pequeña. Quería dejar todos los enigmas a un lado y brincar de un lugar a otro para poder disfrutar del momento. Al levantarme del banco tropecé y caí al suelo pero sin hacerme ningún rasguño. Me levanté como pude y me sacudí la arena que se había quedado adherida a mis pantalones vaqueros. Mientras me sacudía una voz masculina invadió mis pensamientos.


-¿Te encuentras bien?. - escuché a mis espaldas.


En ese momento no tenía ni idea de quien era, tampoco me giré descaradamente para descubrirlo. Sólo me dediqué a dar las gracias por su preocupación y a seguir agitando mi mano por el pantalón.


-Me alegra. ¿Qué haces por aquí Gina?. - interrogó de nuevo aquella voz que me era familiar pero que no era capaz de reconocer. Aún así esta vez no me quedé parada, me giré con tranquilidad. Tenía interés en saber quien era aquel chico que me conocía, porque obviamente dijo mi nombre por lo tanto debía haber estado conmigo alguna que otra vez pero caí en la cuenta de que en mi primer día de clase sólo conocía a unas tres personas y dentro de ellas una era Janet.


-Ah, hola Jacques. Daba un paseo por los alrededores. Quería situarme un poco.


-Me parece genial. Si quieres puedo enseñarte algo más. Conozco una pastelería cerca de aquí en la que hacen unos dulces que están muy buenos y que son dignos de ser probados. Por lo menos para que te lleves un gran recuerdo de París cuando vuelvas a tu ciudad.


Marchamos a paso lento del parque en el que hace unos minutos me encontraba y en el que Jacques me vio poco después de caerme. Que vergonzoso. Pasamos por la calle repleta de comercios gastronómicos y alguna que otra tienda en la que no vendían comida. Paramos en un rincón que se llamaba Le Coin doux. No sabía lo que significaba pero prefería no preguntar para no desvelar mi ignorancia por el francés. Nos adentramos en aquella tienda en la que habían varios mostradores uno con pasteles, otro lleno de cubos de helado de todos los sabores y otro en el que seguramente serviría para cobrar a las personas y en el que también había muchas golosinas para los niños a los que les gusta que se le piquen los dientes. Colocamos nuestros cuerpos hambrientos delante de el primero.


-Bonjour. Pónganos dos brioches rellenos de chocolate.


-Marchando dos brioches. - contestó con simpatía la tendera del mostrador especializado en pasteles.


Jacques sacó su cartera y pago los dos dulces que le entregó la señora que se encontraba tras la mesa pastelera. Fuimos a acomodarnos en unos sillones que eran de lo más llamativos. Estaban tapizados con fotografías de Paris. Era bastante curioso. Es más le sirvió a él para decirme los nombres de aquellos monumentos que se recopilaban en aquel sofá de dos plazas.


-Y esta es La Maison Carrée. Algún día te llevaré a ver todos los recovecos de Francia. - me dijo sonriente.


Ojalá sea así, porque a mi me encantaría ver cada rincón junto a él. Y que me proteja por las calles francesas con su esbelto torso que se escondía tras una camiseta de mangas largas pero que no pasaba desapercibido.


-¿Te gustan los brioches?. - preguntó.


-Sí, están muy ricos. ¿Són típicos de Francia?.


-Sí, o al menos eso creo. Yo siempre vengo aquí a relajarme y a comerme un brioche. Nunca los había probado en otra ciudad que no fuera esta. Así que me imagino que son franceses.


-Lo mismo digo y me alegra haberlos probado - "con tu presencia" pensé - antes de volver a mi ciudad.


Sonreímos. Continuamos unos minutos más allí y posteriormente nos aventuramos a caminar por los alrededores de la Université.

Un poco de aire fresco.

-Buenas tardes chicas. ¿Qué estáis buscando?. - nos preguntó una señora que se encontraba tras el mostrador de la recepción.


-Queremos saber donde se encuentran nuestras maletas.


-Las maletas llevaban una etiqueta con vuestro nombre y se las han llevado a vuestras correspondientes habitaciones. Tenéis que enseñarme el documento de nacimiento e identificación para que pueda daros las llaves que abren vuestros dormitorios.


Buscamos en nuestros bolsos, la primera en darle el DNI fue Janet que parecía tenerlo más a mano que yo. Poco después le tendí el mío para que pudiera ver en el registro del netbook, que tenía encima de la mesa de un color negro con letras en la tapa de la pantalla en la que ponía el nombre de la residencia, cual fue el cuarto que me asignaron.


-Por cierto, ¿pueden cambiarse las personas a otras habitaciones?.


-Señorita Janet Thomsen me temo que eso no es posible. De todos modos no sé si estaréis en la misma habitación porque aún no me ha salido vuestro registro en el ordenador. Podéis sentaros mientras tanto en aquel sofá hasta que pueda dar con vuestras habitaciones.


Así hicimos. Nos marchamos directamente hacia aquel cómodo sofá blanco de charol parecido a los que tienen los de la realeza pero un poco más bonitos ya que los otros son de tela muy anticuada, o al menos así parecen a simple vista en revistas o en la misma televisión. No hablamos. Era raro estar con Janet y que ésta estuviera callada, raro no, rarísimo más bien.


Pasaron varios minutos desde que nos sentamos hasta que la mujer que se encontraba detrás del mostrador nos diera las llaves de nuestras habitaciones para poder ir a ordenar la ropa y a habituarnos en ella. Obviamente no me tocó el mismo dormitorio que a Janet pero prácticamente estábamos en el mismo pasillo, cosa que no sabía si era buena o mala. Nos despedimos y cada una se marchó para abrir la puerta. Las llaves eran muy peculiares, no eran las de siempre con el cerrojo para introducirla en la cerradura, sino que eran tarjetas que se metían en una clavija del mismo tamaño y que reconocía perfectamente quien era la persona que entraba en la habitación, siempre que metieras la llave correspondiente. Por lo tanto mi nombre se registró en una pantallita pequeña que poseía la puerta: Gina Jonhson.


No había nadie en la habitación pero si que se encontraban en una esquina mis maletas y las de, supongo, que era otra chica, o eso esperemos. Coloqué la maleta encima de la cama y la abrí para sacar de ella todo tipo de vestimenta, calzado y mis cosas de baño. El cuarto no estaba nada mal, era espacioso tenía dos armarios que me imagino que serían para cada residente y dos camas paralelas separadas por dos mesitas de noche en las que había una pequeña lámpara de lava de color morada.


-Vaya, hola. - dijo una chica que entró después que yo y que la verdad no sabía su nombre de ahí mi ignorancia al sólo saludarla de una manera cordial.


-Hola.


-¿Eres tú mi compañera?. - sí, sí que se ha quebrado mucho la cabeza la chica. Desde luego que no tengo suerte ni para que me toque una compañera medio decente y a ser posible lista e inteligente.


-Eso parece. - "más que nada porque estoy deshaciendo la maleta y guardando la ropa niña estúpida" pensé para mis adentros.


-Me llamo Edelmira Blumer. - ¿había preguntado alguien su nombre?. No, pero parece que a esta chica le dan cuerda por la mañana, ¡y espero!, que no sea igual de habladora que Janet porque no soporto a las cacatúas parlanchinas.


-Yo soy Gina Jonhson.


-Encantada, bueno voy a deshacer mis maletas. - exacto, ¡sus maletas!. Tenía al menos cuatro una grande, mediana, pequeña y otra que parecía un maletín. Parece que a aquella chica le quedaba en la residencia para largo.


Había terminado, obviamente antes que ella porque también comencé a meter la ropa cuando no se encontraba en la habitación. Así que cogí mi bolso y mi correspondiente llave.


-Adiós.


-Adiós. - dijo la chica que ni siquiera miró y siguió arreglando su armario. Por lo que pude observar era una de las típicas niñas ricas que en otra vida anterior a esta no soportaría porque parece que las repelo.


Mi sorpresa fue encontrarme a Janet por los pasillos. Obviamente haciendo amigos. Muy propio de Jane. Yo sin embargo pasé desapercibida, y menos mal, porque no quería que nadie me acompañase. Quería investigar los alrededores y contagiarme de Paris. Salí por la puerta principal. No paraban de llegar jóvenes, quizá mayores o menores que yo, con maletas acuestas y con sus padres para firmar la correspondiente solicitud o Dios sabe que cosa.


Seguí caminando, algo que no sé si he comentado pero me gusta pasear. Me gusta invadirme del olor a naturaleza, que ahora casi que es imposible por la cantidad de contaminación que hay en el ambiente. Como ya dije sólo veía a jovencitos y jovencitas por la calle murmurando un "¡por qué he venido a parar aquí mamá!" replicándole a sus padres. Salí de los dominios de la residencia y me adentré en una calle que no conocía pero que parecía tener mucha historia dentro de ella. Me quise evadir un poco del recuerdo de hace unos minutos. Una discusión. Algo a lo que yo no estoy acostumbrada pero que sin embargo no me afecta llevar a cabo. Pero no llegó a más. Ese tal Jacques Brown me salvó algo más que la propia vida. Digamos que yo no era demasiado valiente, tampoco una cobarde como Bryan me llamó, pero no soporto las peleas. Soy pacífica y si me hablas bien podremos entablar una conversación y arreglar nuestras diferencias pero no. Ese chico se dedicó a calificarme con palabras obscenas pero llegó mi salvador para sacarme de ese apuro en el que me encontré por mi atrevimiento y mi lengua suelta.